miércoles, 4 de mayo de 2016

LARKSPUR

"Cuando un delfín asume el mando”

Hasta llegar aquí he tenido que hacer un largo recorrido, no exento de numerosos altibajos, pero al final, como buena historia que se precie, encontré mi camino y todos hemos salido ganando. La verdad es que hubo muchas veces que dudé de que esas palabras fueran ciertas, bien porque no creía poder aportar nada constructivo a los que así lo esperaban de mí, o porque, una vez asumido mi papel de líder, éste se me fue de las manos. Todo comenzó con unas vacaciones que tenían que servir para desestresarme, llevaba una larga temporada intentando poner a flote un pequeño negocio y apenas me había tomado un día libre, cuando la cosa comenzó a rular un poco llegué a la conclusión de que hacía un himpas y recuperaba fuerzas, o de lo contrario acabaría por caer enfermo. Fue tomar la decisión de cogerme unos días de descanso cuando me tope, casi de bruces, con una valla publicitaria de “Mágicas vacaciones en el mar”,  por mi mente no había pasado en ningún momento el hacer un crucero, más bien mi idea de unos días de descanso eran quedarme en casa, levantarme cundo el cuerpo lo pidiera, pasear, buena comida, y lectura relajante, pero en aquel momento pensé que no estaría mal hacer eso mismo pero disfrutando del balanceo y con alguna que otra visita turística cuando atracáramos en algún puerto. Sin pensarlo fui a reservar un pasaje, si lo hacía demasiado tal vez no habría ni casa ni barco y caería en aquello de “ya me tomaré un descanso más adelante”, así que como aquel que no quiere la cosa me vi en alta mar disfrutando del sol y del aire. Confieso que los primeros días me resultaron aburridos, acostumbrado como estaba al ajetreo diario, el estar en una tumbona leyendo o haciendo unos largos de piscina me abrumaban. Después, cuando comencé a tomarle el gustillo, pensé que aquella era la mejor elección que había podido hacer. Pero la vida se iba a encargar de que no me acostumbrara mucho a la inactividad.

Como siempre, después de la cena comenzaba el espectáculo y el baile, pero a mi nunca me han ido mucho esas cosas, por lo que prefería pasearme por cubierta disfrutando de la brisa y los reflejos de la luna sobre las olas, pero aquella noche la oscuridad era total, grandes nubarrones debían cubrir el cielo ya que la luna, que en aquellos entonces debía estar completamente llena, no iluminaba absolutamente nada. Un ligero viento comenzó a soplar de improviso, para acabar convirtiéndose en una autentico vendaval. Recuerdo que pensé con sorna que si se desataba una tormenta los bailarines de la pista iban a disfrutar de los lindo sin tener que mover apenas los pies, pero para nada se me pasó por la cabeza que el barco pudiera tener algún problema por esa razón, lo veía un mastodonte fuerte e indestructible. Al llegar a mi camarote no fue necesario abrir el interruptor para no tropezarme con la silla del escritorio, como acostumbraba a pasarme invariablemente cada noche, ya que la habitación se iluminó con el primero de los relámpagos que dieron comienzo a la tormenta. Se sucedían sin parar y el ruido de los truenos era ensordecedor. Me aposté frente al ojo de buey de mi ventana fascinado por el espectáculo, pensando que jamás olvidaría tal derroche de luz y energía. Tal vez fue, porque estaba tan embelesado con la representación de los elementos que tenía delante, que no me percaté que el barco se inclinaba peligrosamente hacia un lado. Me sacó de mi ensimismamiento el golpe al caer que dio el libro que acababa de comenzar aquella misma mañana a leer y que había dejado preparado sobre la mesilla. Me sobresaltó más que el trueno que acababa de retumbar. Fue entonces cuando me di cuenta de que algo no iba bien. Al abrir la puerta del camarote me quedé como hipnotizado viendo las carreras de la tripulación pasillo abajo. En ese momento me vino de golpe una de las imágenes que más me impactaron cuando vi la película de Titánic, la del hundimiento, y un escalofrío recorrió de arriba a bajo mi espalda. Como si hubiera sido invocada por mis pensamientos, la alarma comenzó a sonar y por los altavoces resonaron las palabras del capitán, que intentaban ser tranquilizadoras, convocando a los todos los pasajeros a que acudiéramos a la cubierta donde estuviéramos en aquellos momentos. Por un momento pensé que me había quedado dormido y estaba teniendo una pesadilla, pero enseguida me di cuenta de que aquello era real y bien real.

En la cubierta donde me encontraba había menos pasajeros que en las demás, ya que a aquellas horas de la noche éramos pocos los que nos habíamos retirado a descansar y allí solo había camarotes, la amplia mayoría estaban en la cubierta superior donde se aglutinaban los diferentes restaurantes, y salas de espectáculo, que como cada noche, estaban a reventar. No se lo que debió pasar en las demás cubiertas, me puedo hacer una ligera idea, pero en la nuestra el caos era total, los ataques de histeria se repetían por doquier, pasajeros que se quedaban como clavados en el suelo y otros que empujaban queriendo ser los primeros para lo que fuera, los llantos, los gritos y los juramentos no dejaban oír lo que los empleados del barco intentaban decirnos. A pesar de todo, y aún no sé muy bien porqué, yo estaba sumido en una calma total. Tal vez fuera mi forma de afrontar el miedo colectivo que se extendía como una marabunta. Me puse junto a los componentes de la tripulación, y sin miramientos comencé a ayudarlos a evacuar a los pasajeros, digo sin miramientos porque en más de una ocasión tuve que encararme con alguien que pretendía salvarse a toda costa por encima de los demás. Cada barca de salvamento estaba preparada para un número determinado de pasajeros, llenarla en demasía podía convertirla en una trampa mortal, pero aún así, había quien llevado por el histerismo o el egoísmo quería subirse a la fuerza. Cuando ya solo quedábamos unos pocos me pusieron en las manos un chaleco salvavidas y me obligaron a subirme a una de ellas, hubiera preferido seguir ayudando a todos aquellos valientes que estaban dando su vida por nosotros, pero no hubo discusión posible, y me vi de pronto asiéndome con fuerza a cualquier punto de la barca para no salir despedido por el embate de alguna ola.

Si los gritos y los llantos de cubierta habían sido espeluznantes, los que allí se escuchaban lo eran aún más, cada vez que la barca de salvamento se inclinaba peligrosamente como queriendo ser engullida por el mar, se desataba la histeria colectiva, y como cegados por el miedo todos se desplazaban hacia el lado contrario intentado huir del peligro, pero lo único que conseguían era que la barca zozobrara cada vez con más intensidad. De nuevo mi sangre fría, que desconocía que alguna vez la hubiera tenido, se hizo con la situación. Haciéndome entender por encima de aquel caos logré imponer algún orden y transmitir cierto grado de tranquilidad. Al menos ya no intentaban ir de un lado a otro, y reprimían la necesidad de salir huyendo sujetándose con todas las fuerzas que les eran posibles. Confiaba en que el capitán hubiera tenido el tiempo suficiente para dar la voz de alarma y que los equipos de rescate no tardaran en llegar, pero la tormenta continuó con la misma intensidad, o más, durante lo que me parecieron unas horas interminables. Cuando la tormenta cesó tan bruscamente como había comenzado, nuestra barca había sido arrastrada muy lejos del hundimiento.

Lo que sucedió después parece sacado de la ficción, pero os prometo que no es así, ojalá todo aquello lo hubiera sido. Durante aquella largas en interminables horas la oscuridad fue total, no tenía ni idea de donde nos encontrábamos, solo intuía que bastante lejos de donde deberíamos estar porque el silencio era total. Mis palabras tranquilas de aliento debieron causar algún efecto en los demás porque todos se quedaron medio dormidos, la fatiga y el estrés de la situación les pasaba factura. Pero a mí el sueño me había abandonado por completo e intentaba forzar la vista entre aquella densa negrura tratando de ver algo que me diera una esperanza. Con la primera claridad que se abrió paso entre las nubes que aún cubrían el cielo, mi presentimiento se hizo certeza. Estábamos a la deriva muy lejos de ninguna parte. Gracias a aquel peñasco, porque a isla no llegaba, y a una ayuda improvisada, pudimos sobrevivir hasta que bastantes días más tarde fuimos rescatados.

Al final el cansancio me estaba venciendo y los parpados me pesaban como si alguien hubiera colgado de ellos unas grandes pesas, pero algo hizo que de golpe me pusiera alerta, el sonido de un arañazo y un ligero movimiento hacía delante de la barca que inclinó bruscamente mi cuerpo hacia detrás. Como a mi me había pasado, muchos de los que dormían, abrieron los ojos sobresaltados. Lo que vimos nos dejó a todos sin palabras, varios delfines se iban turnando a nuestro alrededor para empujar la barca, mientras otros saltaban sobre las olas por delante de ella. En alguna ocasión había leído de delfines que orientan a barcos a la deriva, pero ni en mis más remotas fantasías hubiera imaginado poder vivirlo. Cuando a lo lejos vimos asomar lo que parecían unas cuantas rocas apiladas, los delfines se alejaron tan rápido como habían llegado. Desde entonces, os puedo asegurar que esos simpáticos cetáceos no representan lo mismo para mí, y me dan una inmensa pena cuando los veo en algún acuario, o lo que es peor, en sangrientas cacerías llevadas a cabo, tal vez, por los mismos humanos a los que ellos generosamente hubieran salvado.

Cuando me vi de nuevo en tierra firme, sin el constante balanceo de la barca, os aseguro que me encontré perdido, era como si ambos nos hubiéramos hecho íntimos y ahora me sentía perdido sin ella. A los demás debió pasarles lo mismo ya que sus caras reflejaban el mismo desamparo que el mío. Me senté con la cabeza entre las manos, acusando la bajada de adrenalina que me había mantenido alerta durante todo aquel tiempo, pero al momento sentí que mil ojos se clavaban en mí.  Al levantar la vista me di cuenta de que todos estaban observándome como esperando a que les diera las indicaciones del próximo paso que debíamos hacer. Me sentí tan confundido e impotente que mis ojos se llenaron de lágrimas ¿qué esperaban todos de mí? Yo era uno más de ellos, una víctima, y también esperaba que alguien asumiera el mando y diera soluciones al infierno en el que nos encontrábamos. Parecían seguir esperando a que, como en el barco y durante todo el tiempo que habíamos estado a la deriva, yo asumiera el mando y los sacara de aquel trance. Pero aquello solo había sido la consecuencia de una situación extrema, y de no haber sido yo, estoy seguro que hubiera sido cualquier otro el que hubiera actuado. Esperando mi próximo movimiento comenzaron a tomar asiento a mí alrededor, y en vista de mi mutismo, uno a uno fueron quedándose dormidos con la tranquilidad que da el saber que alguien vela por nosotros. Me sentía tan perdido como todos ellos, pero en mi caso, sin nadie a quien dirigir la mirada y pensar que todo lo iba a solucionar por mí. Me fue encogiendo sobre mi mismo, hasta quedar en posición fetal, y arropado por la incertidumbre y la soledad, derramé en silencio todas las lágrimas que con anterioridad ya habían vertido los demás. 

Cuando me sentí vacío de todas ellas me levante con sigilo y me aparté del grupo. Tenía necesidad de caminar. Ensimismado como estaba regodeándome en mi propio desamparo, no me di cuenta de que mis pasos habían sido seguidos desde el mar. Solo reaccioné a su presencia cuando un golpe de agua me empapó de arriba a bajo. Aún sobresaltado me giré hacia el lugar desde el que había sido atacado. Y para mi sorpresa, vi a un delfín que se reía de mi mientras caminaba hacía atrás con su poderosa cola. Aún no me había quitado del todo el agua que chorreaba por mi cara, cuando de nuevo me vi inundado por ella. Alguien se lo estaba pasando en grande a mi costa, no tuve más remedio que ponerme a reír con él, eso fue una maravillosa válvula de escape para toda la tensión y el miedo que llevaba acumulados. Mi simpático acompañante fue siguiendo mi paseo, bueno más bien creo que lo seguí yo a él, aunque en aquellos momentos no me percaté de nada. Hasta que de golpe se detuvo en seco. Esta vez no se dedicó a lanzarme agua con sus saltos, sino que llenaba su boca con ella y después la lanzaba a un lugar hacia mi derecha, parecía un bombero intentando apagar un fuego.
Aquello me hizo tanta gracia que fui a mirar convencido de que era eso lo que estaba haciendo. En su lugar me encontré con unas flores azules de cáliz prolongado en forma de espuela que colgaban formando pequeños racimos. El delfín debía intentar decirme algo porque de pronto dejo de lanzar agua y se quedó muy quieto asomando apenas el morro y con uno de sus ojillos pendiente de mí. Intrigado me senté allí mismo sin dejar de observarlo, ambos con las miradas clavadas el uno en el otro, pero a mi debió vencerme el agotamiento porque sin darme cuenta perdí el mundo por unos instantes, me quedé completamente dormido. Me asaltaron unos sueños muy raros, que más tarde asocié a mi extraño visitante. Me vi formando parte de una manada de delfines, y aunque seguía siendo yo mismo, a la vez, era también un delfín. Unas vibraciones en el agua me hacían ponerme alerta y nadando como una flecha me acercaba a un lugar donde muchas personas aguardaban. Sin hablar, porque era un delfín, las iba trasladando de una a una hasta un lugar seguro. Comprendía, con mi mente humana y conciencia de delfín, que a pesar de no haber previsto aquel salvamento algo en mi interior estaba preparado para hacerlo, como si una información innata en mis genes me empujara a asumir el liderazgo garantizándome los resultados. Fue como dejar ir el aire cuando se ha estado reteniendo durante mucho tiempo, sentía que una pesada carga acababa de hacerse liviana y llevadera. Cuando estaba a punto de dar un gran salto sobre las olas impulsado por mi cola de delfín, un nuevo golpe de agua me trajo a la realidad. Mi amigo acababa de hacer de las suyas. Con aquella sensación del sueño aún flotando en mi interior regresé de nuevo al lugar en el que todos esperaban. Sus caras de alivio al verme hicieron que una fuerza desconocida recorriera todo mi ser. De nuevo mi sangre fría había vuelto, estaba preparado para asumir el mando.

Nadie cuestionó mis órdenes, sin necesidad de imposición alguna todos realizaron las tareas que les había encomendado con plena confianza en mis capacidades organizativas. Al llegar la noche habíamos encontrado un sitio para resguardarnos de las inclemencias del tiempo, comida suficiente para subsistir unos días, localizado el lugar de donde podíamos obtener agua potable y marcado con piedra en la arena de la playa unas señales reconocibles desde el cielo. Al día siguiente ya nos encargaríamos de confeccionar más señales desde otros puntos para poder ser localizados, pero todos estábamos extenuados y nos merecíamos comer algo y tomarnos un descanso.

Aquella noche no sé que debió ocurrirme, tal vez fue la cantidad tan grande de adrenalina que aún recorría mi cuerpo después de toda la actividad, o que como suele suceder mal nos pese, la satisfacción y el subidón que aporta el poder, pero lo cierto es, y me avergüenza reconocerlo, que en cuestión de horas pase de ser el líder carismático que aglutina a su alrededor para llevar a cabo una tarea encomiable, a ser el líder dictatorial y tirano corrompido por ansías de poder. Tal vez la cosa no fue tan dramática como la describo ahora, pero pensad por un momento en la situación: alejados totalmente del mundo, aglutinados en un pequeño pedazo de rocas y vegetación, incomunicados y sin saber lo que pudiera depararnos el momento siguiente. Las emociones y los sentimientos se multiplican por cien y las reacciones se vuelven explosivas y volcánicas.

A la mañana siguiente, lo que el día anterior eran sugerencias y orientaciones, se habían convertido en decretos y gritos autoritarios. Las miradas que antes habían sido de admiración y confianza se volvieron cargadas de rencor y de miedo. Era como si una adicción se hubiera apoderado de mí y me hubiera sumido en la locura. Y no es que lo que dijera no fuera lo que se tenía que hacer para lograr el objetivo necesario, era mi forma despótica y arrogante de llevarlo a cabo. A la hora de repartir el alimento para pasar aquel día, sin consultar con nadie yo me apoderé de la porción más grande alegando que, ya que era el que tenía el mando, también debía ser el que estuviera mejor alimentado. Podría decir que mi comportamiento de aquellos días estaba motivado por un exagerado sentido del deber, pero os engañaría, simplemente era mi intransigencia, exigía que todos actuaran y se comportaran como yo creía que debían hacerlo. No creáis que por lo dicho yo me sentaba tranquilamente a descansar mientras daba órdenes y  los otros se deslomaban, trabajaba como el primero, pero desde la vanidad del que sabe como se han de hacer las cosas mejor que nadie. Aquel comportamiento me pasó factura, me sentía agotado y extenuado, pero no por eso consentí en delegar en nadie, me gustaba demasiado el poder para cederlo.

Un día, cuando me alejé del grupo en busca del lugar apropiado para plantar una especie de bandera que se viera desde el mar, de nuevo tuve la singular visita de mi amigo desaparecido en combate, ya que desde el día del sueño del delfín no había vuelto a verlo. De nuevo siguió mis pasos mojándome cada dos por tres, parecía como si estuviera muy enfadado conmigo, ya que aquello no parecía un juego como la vez anterior, sino más bien un ataque. Al cabo de un rato y como la otra vez se dedicó a arrojar agua a un lugar fuera de mi vista. Movido por la curiosidad me acerqué a ver, y para mi sorpresa me encontré con las mismas flores azules en forma de espuela. Ante su mirada amenazadora, parecía que estaba dispuesto a salir del agua y lanzarse sobre mí, tomé asiento y le aguante la mirada con arrogancia, y de nuevo entré en un sopor parecido al sueño. Volvía a ser yo mismo fundido con el cuerpo de un delfín. Esta vez no era yo el que rescataba a nadie, sino que por el contrario, era el que estaba atrapado en una gran red de pesca y me debatía por liberarme, los demás delfines me miraban con indeferencia, por sus miradas comprendía que estaban muy enfadados. De pronto, ante mi, aparecía una ballena que dando unos tremendos coletazos los alejaba a todos de allí, sentía un gran alivio, por fin iba a ser rescatado, pero por el contrario se dedicó a sentarse en una especie de trono y repartir ordenes a diestro y siniestro, con mucha soberbia y tiranía. Cuando estaba a punto de ahogarme entre las redes por falta de auxilio, una gran calma se apoderó de todo mi ser. Unas palabras, mezcladas con el singular canto de los delfines, se filtraron por mi mente haciéndome comprender muchas cosas. Cuando el liderazgo no era cálido y respetuoso, dejaba de ser liderazgo para convertirse en tiranía y dictadura, y el camino se transforma en miedo y soledad. Miedo a perder lo que se quiere por encima de todas las cosas, y ese miedo hace que no nos importe pisotear para no perder el poder que tanto deseamos. Es entonces cuando llega la soledad,  porque se ha perdido el respeto y la confianza de los demás.

De nuevo volvía a ser yo mismo sentado frente al mar, gruesas lágrimas de vergüenza resbalaban por mi cara. En que persona me había convertido en unos días, yo que siempre me había enarbolado el estandarte del respeto y la tolerancia. Había querido ser un líder al servicio de los demás y había acabado siendo un líder para mis deseos de poder ¿Dónde había quedado la generosidad y la confianza, la alegría y la calma interior? Deseaba por encima de todas las cosas recuperar todo lo que había perdido en ese camino adictivo. Si era necesario me rebajaría y pediría perdón a uno por uno, dando un paso atrás para que otro asumiera el papel de líder que yo había pisoteado y que no merecía.

Al volver al campamento improvisado que habíamos construido, me aguardaban con expectación. Por sus miradas me di cuenta de que no todo estaba perdido, a pesar de lo sucedido seguían confiando en mí. Antes de tomar ninguna decisión, tuve la suficiente valentía como para humillarme delante de todos y pedir perdón por mi comportamiento. Debieron ver sinceridad en mis palabras porque todos se acercaron para abrazarme. Nadie supo lo que había pasado en aquel corto espacio de tiempo, era suficiente con que yo lo supiera, pero los días anteriores al tan deseado rescate los vivimos con una estrecha camaradería y confianza. La energía positiva que se respiraba en el grupo  hizo que nos mantuviéramos cuerdos el resto del tiempo que pasamos juntos.

Guardo un gran recuerdo de todos, una vez al año nos reunimos de nuevo. Aunque os cueste creerlo todos hemos superado el miedo a los barcos, ya que nuestro encuentro es en uno de ellos. Como no pudimos acabar nuestro primer crucero, entre todos decidimos que la mejor manera de superar la fatal experiencia sería hacer uno como Dios manda, y el resultado fue tan divertido que acordamos que nuestra reunión anual sería de la misma manera. En cada reunión surgen anécdotas de aquellos días, y no dejan de agradecerme todo lo que hice por ellos al asumir el mando de la situación, pero cuando me hacen la misma pregunta de siempre, sobre lo que pasó aquel día que les pedí perdón, los miro, sonrío y me pongo como un tomate de vergüenza al recordar mi comportamiento, y cuando les contestó que un delfín fue el responsable, todos se echan a reír y cambiamos de tema. Sé que en el fondo todos saben que es cierto, fueron testigos de cómo nos ayudaron para encontrar tierra en medio del mar, pero creen que los demás los trataran de locos si lo explican y prefieren no reconocerlo abiertamente. A mí no me importa decirlo, soy quien soy y estoy donde estoy gracias a los delfines y a unas pequeñas flores.  

Larkpur (Esencia de California)